En un café cualquiera, en el “super” de la esquina, en una reunión con amigos, en una comida improvisada con algún compañero de trabajo… un momento significativo para una pregunta trascendental en la mente de todos los españoles: ¿Es seguro nuestro sistema de pensiones?
En este último periodo de reflexión política y económica, el país amanece con una sensación de confusión y desconcierto, las cadenas de televisión abogan constantemente a los “recortes” y los ecos de una época ardua y espinosa retumban en nuestro cerebro.
El ritmo vertiginoso de retirada de efectivos del Fondo de Reserva hace que nuestra “hucha” se tambalee, en el año 2011 llegó a tener casi 67.000 millones de euros mientras que a finales de 2015 esta cantidad se había reducido a menos de la mitad, hasta los 32.500 millones de euros.
Tasas altísimas de desempleo, contratos de trabajo precarios e inestables, baja natalidad y el aumento del número de pensionistas han contribuido a que el país sufra continuos déficits y caída de ingresos, provocando un deterioro continuado en nuestro Sistema de la Seguridad Social, todo ello ha supuesto un cóctel explosivo para la vitalidad de una nación, retando al Estado a contrarrestar esta situación y obligándolo a tomar fuertes y afanosas medidas para rehabilitarlo.
Hoy amanecemos con un nuevo comunicado: el Secretario de Estado de la Seguridad Social, Tomás Burgos, explica en rueda de prensa que la retirada de 8.700 millones de euros del Fondo de Reserva el pasado viernes para pagar las pensiones de julio “cumple estrictamente el Pacto de Toledo”, además ha manifestado que las pensiones están “totalmente aseguradas”.
No obstante, y a pesar de este mensaje optimista y esperanzador, la desconfianza se palpa en el ambiente, el miedo a un futuro incierto asoma por la solapa de nuestra camisa, el recelo decora las calles de nuestra ciudad y un pálpito de anhelo nos mantiene alertas y ávidos por un futuro sereno y templado porque en estos momentos y como diría un escritor inglés, de nombre Samuel Johnson, “Es necesario esperar, aunque la esperanza haya de verse siempre frustrada, pues la esperanza misma constituye una dicha, y sus fracasos, por frecuentes que sean, son menos horribles que su extinción”.
Cristina Pérez Perosán
Dpto. Laboral